El eco de los tacones de Ivana resonaba en los pasillos de la mansión como un metrónomo acelerado. Aún sentía el sabor metálico en la boca y la debilidad en las piernas, pero su mirada estaba firme. Dante iba un paso detrás, vigilante, como un animal que ha olido sangre y no piensa soltar la presa hasta acabarla.
—No puedo sacarme de la cabeza esas caras —susurró ella, mientras subían la escalera de mármol—. Elizabeth llevándose la mano al pecho como si de verdad se preocupara. Margarette con esa… sonrisa hipócrita. Y Eliot…
—Basta —la cortó Dante, su voz grave y afilada—. Eliot es un problema menor. La verdadera amenaza es su madre. Y voy a aplastarla.
Ivana se detuvo en seco, girándose hacia él.
—Con lo único que ellos entienden: miedo.
Los ojos de Ivana se abrieron, pero no retrocedió. Aunque no le gustara debía permanecer a su lado apoyándolo. Y aunque una parte de ella quería gritarle que no se hundiera más en esa oscuridad, otra se aferraba a la idea de que tal vez esa oscuridad