El jardín de invierno de los Lauren parecía detenido en una primavera de catálogo: orquídeas perfectas, luces solares que reflejaban la belleza del lugar desde abajo mientras la luz de la luna y las estrellas se reflejaban en la imponente fuente. Eliot estaba de pie frente al ventanal, con un elegante traje sin corbata, sus dedos estaban apretando el puente de la nariz como si con eso pudiera aflojar la culpa.
—¿Estás bien? —preguntó Lola, avanzando con pasos suaves y una mirada tierna e “inocente”. Vestía con un traje hermoso y delicado en color marfil; en sus manos, una caja pequeña envuelta con un lazo sobrio.
—Define “bien” —bromeó él sin humor.
Lola colocó la cajita sobre el alféizar y se puso frente a él, obligándolo a verla. Sus ojos parecían dos promesas bien aprendidas.
—Creciste con una madre controladora y que no era dada al afecto. —dijo, con voz baja—. Con un padre que te quería a su manera y un hermano que te robaba toda la atención. Nadie te enseñó a ser amado sin cond