El amanecer se filtraba por las cortinas cuando Valeria abrió los ojos. Tres semanas habían transcurrido desde que se había mudado al apartamento del piso veinte. Tres semanas de lujos, vigilancia constante y una libertad tan limitada que, por muy cómodo que fuera el lugar, seguía sintiéndose atrapada.Se incorporó lentamente en la cama, acariciando su vientre apenas abultado. El bebé, ese pequeño ser que crecía dentro de ella, era lo único que la mantenía centrada en aquel lugar. Pero también era la razón por la que Aleksandr no la dejaba ir.—Buenos días, señorita Montes —saludó una voz desde la puerta entreabierta.Era Sofía, una de las empleadas de limpieza que venía tres veces por semana. Una mujer joven, de rostro amable, que siempre la miraba con cierta compasión.Valeria asintió, observando a la muchacha con renovado interés. Durante días había estudiado las rutinas del edificio, los cambios de guardia en el pasillo, los momentos en que la vigilancia parecía relajarse. Y Sofía,
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