Natalia se mantuvo erguida, rígida como una estatua, hasta que los pasos de Alessandro se perdieron en el silencio. Solo entonces cerró la puerta con mano temblorosa y dejó que su cuerpo se deslizara lentamente por ella, hasta quedar sentada en el suelo.Abrazó sus rodillas contra el pecho, hundiendo el rostro entre ellas mientras las lágrimas, esas que había contenido con tanto esfuerzo, por fin rompían su represa. Su llanto fue silencioso, dolido, como si temiera que hasta las paredes pudieran escuchar su pena.Le dolía que él la hubiera engañado, que la hiriera de aquella forma tan cruel. Pero, entre sollozos, una duda comenzó a filtrarse en su mente como una sombra persistente.Alessandro no era así. No podía serlo.Él había sido sincero, transparente incluso en sus silencios, en sus caricias, en sus besos que parecían prometer eternidad. Nadie finge de esa manera. Algo estaba ocurriendo… algo que lo obligaba a comportarse como un extraño, a pedirle el divorcio, como si buscara al
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