Esa noche, como todas las anteriores, Leandro se vistió de su hermano.El traje oscuro, el reloj que había robado del cajón de Lissandro, el perfume idéntico que ya casi podía identificar con el tacto. Cada gesto era un eco: la forma de caminar, el modo en que encendía un cigarro, incluso la mirada fría que había aprendido frente al espejo.En el reflejo del ventanal, ya no era él.Era Lissandro San Marco.El que todos temían.El que nadie debía descubrir.Salió del departamento con paso seguro. El chofer lo esperaba como siempre, sin sospechar que en el bar habitual, los rostros conocidos lo recibieron con respeto. Firmó contratos, habló de cargamentos y rutas, dio órdenes que ni siquiera entendía del todo, pero que repetía con la autoridad que había aprendido a imitar. Cada noche se sumergía un poco más en aquel mundo de sombras, y cada noche el vértigo de poder lo hacía sonreír.Esa sonrisa, sin embargo, fue lo que lo perdió.En el departamento, el verdadero Lissandro se ajustaba l
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