ÉLISE
Me ahogo.
Cada risa de esta mujer rubia es un golpe de daga. Cada sonrisa de Marcus, un veneno.
Así que cuando un hombre se acerca a mí, no retrocedo.
Es alto, moreno, con hombros anchos, el traje oscuro perfectamente ajustado. Sus ojos grises se posan sobre mí con una intensidad que no intenta ocultar. Su sonrisa es segura, casi insolente.
— Parece que se aburre —murmura, con voz baja y grave.
— Y usted parece convencido de poder remediarlo —replico, glacial.
Él ríe suavemente, sin estar en absoluto desestabilizado. Sus dedos rozan mi codo para atraerme ligeramente a un rincón más tranquilo de la sala.
Debería rechazarlo. Pero lo dejo hacer. Porque ya siento la mirada de Marcus sobre mí. Y esta vez, soy yo quien quiere verlo quebrar.
El hombre se presenta como Adrien, heredero de un imperio farmacéutico. El tipo de partido que muchas familias soñarían con tener en su bolsillo. Habla bien, demasiado bien. Sus palabras fluyen con la facilidad de quienes han crecido en cenas de s