El refugio improvisado olía a humedad y metal. El eco de sus pasos sobre el suelo mojado resonaba como un recordatorio de que el mundo afuera no estaba a salvo. Isela sostenía el cuaderno con fuerza, como si su vida dependiera de ello, y cada símbolo que aparecía en su superficie la mantenía al borde de algo que aún no comprendía del todo.Damian caminaba detrás de ella, evaluando cada rincón del espacio. Sus ojos recorrían las paredes con atención, y cada tanto lanzaba una mirada hacia Isela, asegurándose de que estuviera bien. Su costado aún dolía por el golpe del laboratorio, pero no mostraba debilidad. Había aprendido que en momentos como aquel, cualquier flaqueza podía ser mortal.—Tenemos que planear nuestro próximo paso —dijo Damian, finalmente rompiendo el silencio, con la voz baja, medida—. No podemos quedarnos mucho tiempo aquí. El Consejo no va a tardar en rastrearnos, estamos en territorio enemigo por si no lo recuerdan.Livia, que se había sentado en un rincón, desplegó u
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