El silencio en el ala este de la mansión Savage era, finalmente, una bendición. Las gemelas, Aura y Vera, dormían después de haber convertido el gimnasio en un campo de obstáculos, y Dalton, por primera vez en años, no estaba en su cueva digital.Estaba en la sala, revisando obsesivamente su teléfono, su rostro iluminado por la promesa de un mensaje de texto. La luz que emanaba de su rostro era diferente; ya no era el resplandor azul de la frustración que conocía tan bien, sino un suave tono dorado de esperanza. Mi corazón de madre se hinchó. No importaban los planes de Darak; la felicidad de mi hijo era tangible incomparable.Lo observé desde el umbral de la biblioteca. Mi hijo, el heredero al imperio y el cerebro más brillante de la casa, estaba completamente indefenso ante la simple emoción adolescente de un mensaje de buenas noches, y era hermoso de presenciar. Ese era el verdadero triunfo, uno que sintiera sin miedo.Su cambio, desde la noche en que me confesó el plan de Darak, e
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