LAURENTHEl aire de la enfermería estaba denso, saturado de miedo, hierbas y sangre seca.Nada más cruzar la puerta, sentí cómo el dolor de esas mujeres me golpeaba en el pecho. Las camillas improvisadas, las mantas, los frascos abiertos… todo olía a desesperación.Mila ya estaba allí, moviéndose sin descanso entre tazones y vapores. Sus manos iban y venían preparando ungüentos, pociones, infusiones.—¿Cómo estás, Mila? ¿Todo listo? —pregunté, arremangándome las mangas y amarrándome le cabello.—Sí, reina Laurenth —respondió ella, sin alzar demasiado la voz—. Preparé todo lo que sabía, pero… nada se compara con su poder.Le sonreí apenas.—Yo sanaré a las que están más heridas. Tú encárgate de las demás, ¿de acuerdo?—Sí, reina.—Laurenth —la corregí suavemente—. O Lau. No me llames reina, ni luna.Mila asintió con una sonrisa tímida.—Como diga, Lau.Nos dividimos. Empecé por las más graves. Una mujer joven yacía casi inconsciente, con sus pechos llenos de mordidas y los labios agrie
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