KOSTAS.Me retiro de la mansión de Herodes, dejando la puerta cerrada a mi espalda. Le acabo de dar la privacidad que necesita con su hija, Melissa.Nunca vi a un hombre tan quebrado y a la vez tan contento. Cuando le conté que la había encontrado y que Melissa era su hija, lloró como un niño chiquito, sin guardar las formas, ni su reputación. Y, sinceramente, me alegro. Me alegro mucho de que ese hombre, mi enemigo y aliado estratégico, tenga un momento de paz.Pero mi mente no descansa.Pienso en la jugada. El haberle entregado a Melissa y haberle permitido recuperar a su hija afirma los lazos entre nosotros como jefes de la mafia. Fue un movimiento calculado, un riesgo necesario, el que yo mismo le dijera que Melissa era suya.Soy un desgraciado por manipular algo tan íntimo, sí, lo sé. Pero soy un jefe. Y en mi posición, no puedo pensar emocionalmente. Pienso metódicamente. Pienso en el poder que gano con este favor. El corazón es un lujo que no me permito.Sin embargo me alegra q
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