Mateo le sostenía la mirada incrédulo a lo que acababa de suceder. Su mirada fija, seria, hizo que Clara sintiera un escalofrío en la nuca. —Clara, ¿qué está pasando? —repitió, esta vez más despacio, con un tono firme pero cargado de preocupación. Ella forzó una sonrisa, intentando que sus palabras sonaran convincentes. —No es nada… lo compré por precaución. Ya sabes, salir tarde del trabajo, caminar sola… uno nunca sabe. Mateo no apartó la vista. —Eso no es “nada”. No es como tú. Clara sintió un nudo en la garganta. Quiso decirlo, contarle todo, desahogarse en ese instante. Pero las imágenes de Facundo cruzaron por su mente: su sonrisa torcida, su voz grave prometiendo amor y después mostrando las garras. El miedo de que Mateo pensara que ella exageraba, o peor, que no la creyera, la paralizó. —De verdad, Mateo… no te preocupes. Estoy bien —murmuró al fin, guardando el llavero apresuradamente en su bolso. Él frunció el ceño, con una mezcla de frustración y tristeza. No insis
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