Aitana volvió al hotel y, esa misma noche, le subió la fiebre.Los recuerdos que había enterrado regresaron como una ola cerrada, envolviéndola por completo.Durante esos días, Leonardo no se apartó de su lado.En la madrugada, cuando a ella le corría un frío de hueso, él cambiaba sin pausa las toallas tibias de la frente.Al amanecer, cuando la boca se le secaba, siempre había un vaso de agua templada en la mesita.A los tres días, la fiebre cedió. Leonardo se acercó con un vaso de leche caliente, le tocó la frente y preguntó:—¿Cómo te sientes?Aitana curvó la boca, exhausta.—Mejor.Lo dijo con suavidad, pero no estaba bien. Leonardo lo sabía.En medio año de conocerla, jamás le había preguntado por su pasado; recién ayer, al aparecer Dylan, entendió que Aitana llevaba secretos como piedras en el pecho. Mandó investigar con discreción. Cuanto más le contaban, más se le helaba la sangre: la boda por sustitución de hace cuatro años; el regreso de Mía; la cadena de traiciones.De vuelt
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