Dos meses después, Mía Ramos quedó embarazada. En cuanto vio el positivo, el corazón —que había vivido flotando— por fin le aterrizó en el pecho.
Fue corriendo a buscar a Dylan López con la prueba en la mano.
—¡Dylan, vas a ser papá!
Él tomó el test; las yemas le recorrieron la carcasa de plástico, distraídas, dos veces.
—No te veo tan contento —Mía le rodeó el cuello—. ¿Será que, con Aitana lejos, ya la extrañas?
Los dedos de Dylan se cerraron un poco en su cintura.
—No pienses tonterías. Al bebé no le hace bien.
La calmó con dos frases y le avisó que ya tenía agendado el chequeo para pasado mañana; él mismo la llevaría.
Esa noche, Dylan salió al balcón y encendió un cigarro. Entre la bruma del humo, volvió Aitana.
Desde que ella se fue, no lo había buscado. Por el asistente, Dylan supo que se había instalado en el extranjero y le pidió que cada día le enviara una foto suya.
Justo entonces entró la nueva imagen. Aitana estaba en cuclillas, dándole croquetas a un gatito callejero; la l