Aitana dio media vuelta para irse; apenas sus dedos tocaron la manija cuando la voz grave de Dylan la detuvo.
—Ya hice cerrar el restaurante. No vas a poder salir.
Aitana se quedó inmóvil un segundo. Al girar, traía en los ojos una escarcha calma.
—Vaya, señor López… Cuánta producción para tenderme una trampa.
Aquella mirada desconocida le atravesó el pecho a Dylan. Avanzó dos pasos, ronco:
—Ya probé que Mía te tendió todo. Y… lo del aborto…
Al oír la palabra, a Aitana se le encogió el pecho. “Respira. Respira.” Retrocedió medio paso y marcó distancia.
—¿Y entonces? —preguntó—. ¿Qué quieres decir?
Dylan sintió el rechazo como un golpe.
—Aitana… me engañó porque creí —como un idiota— que alguien a punto de morir no mentía. Si hubiera sabido que no estaba enferma, jamás habría…
Aitana había deseado mil veces que él le creyera. Ahora que decía estar de su lado, por dentro no se movió nada.
—Dylan —le costó tragarse el nudo—, te hayas dejado manipular o no, el daño que me hiciste no sana.