En la Cama del AlfaLa primera sensación que alcanzó a Ariadna fue el calor. Era un calor envolvente, profundo, que se sentía más bienal que artificial, casi como si estuviera arropada por el sol en un día de verano. Lentamente, los ojos verdes parpadearon hasta abrirse.El techo no era el de su habitación en el complejo, el que le habían asignado. Era alto, de madera oscura y noble, con gruesas vigas cruzadas y una araña de hierro forjado en el centro. El aire olía a pino, a limpieza y, de forma extraña, a feromonas de lobo.Confundida y un poco perdida, Ariadna intentó levantarse, pero una mano fuerte estaba posesivamente colocada sobre su cintura, manteniéndola anclada. Giró la cabeza, preparada para reprender a quien fuera que la estuviera reteniendo, y su respiración se detuvo.Elías estaba allí, profundamente dormido, pero su cabeza estaba girada hacia ella. Estaba recostado sobre un costado, su rostro relajado. La dureza habitual de su mandíbula se había suavizado, y la expresi
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