Tu actitud me sorprendía, porque sonabas seco, indiferente. Habías vuelto a reclinarte en el sofá, con las piernas extendidas y los tobillos cruzados. Tomabas tu cerveza mirando hacia adelante, por la ventana.—¿Y entonces qué harás? —pregunté en voz baja.Te encogiste de hombros con una mueca. —Lo firmaré, por supuesto, ¿qué otra cosa puedo hacer? Los papeles no significan nada, no cambian nada. Ya la perdí, ¿de qué sirve conservar un papel que dice lo contrario? —Nunca te había escuchado ese tono opaco, hueco. Suspiraste una vez más, meneando la cabeza—. No importa lo que yo sienta, ella ya no me quiere en su vida. Ella ya me dejó atrás. Y todos a mi alrededor parecen opinar que yo debería hacer lo mismo, o al menos intentarlo. Tal vez tienen razón. —Volteaste a mirarme—. ¿Tú qué opinas, zorro?Tu actitud me desconcertaba. No estaba habituada a que fueras tan ácido, menos conmigo.—No termina hasta que termina —repliqué con cautela, como si caminara sob
Leer más