Luciana VelascoEl sonido del candado me despertó antes de que amaneciera. Era ese chasquido seco y repetitivo, que te recuerda dónde estás y de qué estás hecha. Acero, cansancio y rabia. Eso era yo.La guardia pasó por el pasillo sin mirarme, pero dejó algo sobre la repisa metálica de mi celda.Un sobre beige, sellado, sin remitente. Sabía de qué se trataba. Había esperado demasiado este momento, como para no reconocer el olor de mi propia venganza.Sé que me lo había llevado Rivas. Me senté en la cama, crucé las piernas y abrí el sobre con calma. Dentro había una memoria USB, tres fotografías impresas y una nota breve.“Todo salió según lo planeado.”Sonreí. Una sonrisa lenta, contenida, casi dulce. La clase de sonrisa que solo tiene una mujer que deja de amar y empieza a ganar.Tomé la primera foto. Adrián. Mi querido, torpe Adrián. Tirado en una cama que no era la nuestra, si no un hotelucho, con el cuerpo medio cubierto por las sábanas, con los ojos cerrados, parecía de placer y

Adrián SolerGolpeé la puerta otra vez, con tanta fuerza, que mis nudillos empezaron a arder.Nada. El eco del golpe se perdió en el pasillo vacío. Ni una respuesta. Ni un ruido. Solo el silencio y ese pitido agudo en mis oídos que no sabía si era del estrés o de la rabia.Intenté girar la llave por última vez. Se trabó. Otra vez.—¡Vamos! —gruñí, girando el pomo hasta casi arrancarlo—. ¡Maldita sea, abre!Nada.El metal no cedía.Me apoyé contra la puerta, jadeando, con el corazón, golpeándome el pecho como un martillo.El sudor me corría por la espalda, el aire se sentía denso, como si el edificio entero se hubiera cerrado sobre mí.No era solo una cerradura. Era un símbolo. Me habían cerrado la vida en la cara.—¿Qué hiciste, Luciana? —susurré, y me pasé las manos por el cabello, tratando de no gritar.Escuché una puerta abrirse detrás de mí. La vecina del frente, la misma señora que siempre espiaba por la mirilla, asomó la cabeza con su gato en brazos.Tenía esa sonrisa incómoda d

—¡Suéltela! —gritó una de las guardias.Otra corrió hacia mí.Intenté soltarla, pero ella aprovechó el movimiento para fingir una caída, llevándose la silla al suelo con un golpe seco.Yo retrocedí dos pasos, con la respiración entrecortada. El corazón me latía tan fuerte que apenas podía escuchar lo que decían.Luciana estaba en el suelo, una mano en el cuello, fingiendo toser. Sus lágrimas eran falsas, pero parecían reales.—Me… me atacó —balbuceó—. Me gritó que me iba a matar.—¡Está mintiendo! —intenté acercarme, pero los guardias me empujaron contra la pared.—¡Quieto, señor Soler! ¡No se mueva! —ordenó uno de ellos.—¡No la toqué así! ¡Ella me provocó! ¡Fue ella! —grité, desesperado.Pero el sonido de mi voz solo me hundía más. Luciana me miraba desde el suelo, los labios temblando, el rostro pálido y angelical.Era la imagen perfecta de la víctima. De la mujer indefensa. De la mentira más bien interpretada que había visto en mi vida.—Llévenlo —ordenó una de las funcionarias.Y

Adrián SolerLa lluvia seguía cayendo, incesante, como si el cielo se hubiera cansado de contener todo lo que yo no podía llorar. Mientras yo solo daba vueltas por las calles de la ciudad.El parabrisas del coche se convertía en una cortina líquida que deformaba las luces de la ciudad, haciéndolas parecer fantasmas.Yo conducía. Sin dirección. Sin propósito. El motor zumbaba con ese sonido monótono que hipnotiza cuando ya no queda nada más que hacer.El reloj del tablero marcaba casi las once de la noche. El celular vibraba sin descanso sobre el asiento del copiloto. No lo quería mirar. Sabía que lo que fuera que dijeran, no podía ser bueno.Pero la curiosidad, o tal vez el masoquismo, terminó ganando.Deslicé el dedo por la pantalla. Mensajes. Correos. Notificaciones. Una tras otra, como si el mundo entero se hubiera puesto de acuerdo para aplastarme."La marca retira su patrocinio con efecto inmediato."“Su cuenta ha sido congelada por orden judicial.""El canal cancela el contrato

Amy Espinoza.El sonido de los cubiertos contra la porcelana se mezclaba con el murmullo de los dibujos animados.Era una mañana tranquila, de esas en las que la rutina parecía un refugio.El olor del pan tostado llenaba la cocina, y el sol se colaba perezoso por la ventana.Mía reía con la boca llena de cereales, el cabello revuelto y su expresión de alegría.Yo la miraba en silencio, como si observarla fuera la única manera de mantenerme entera.Había aprendido a vivir así: sin sobresaltos, sin pensar demasiado en el pasado.Pero la calma es frágil, y basta un nombre para romperla.El televisor del fondo estaba encendido para entretenerla por una hora, pero de pronto hubo un cambio de segmento.Una voz masculina hizo un anuncio.—Última hora. El actor Adrián Soler fue arrestado hace unas pocas horas acusado formalmente de intento de homicidio contra su esposa, la actriz y cantante Luciana Velasco…El tenedor se me cayó de la mano. El sonido del metal contra el plato fue seco, defini