Maximiliano Delacroix

El sonido de la lluvia contra los ventanales de mi despacho, era el único ruido constante en la habitación.

Yo estaba sentado en mi escritorio, con el control remoto en una mano y una taza de café en la otra.

El noticiero repetía las mismas imágenes una y otra vez. Adrián Soler, esposado, con la mirada perdida, rodeado de policías y flashes.

No necesitaban decirlo, se veía en su rostro, estaba roto.

Los titulares lo escupían como un veredicto.

“El actor Adrián Soler, arrestado por intento de homicidio contra su esposa.”

Tragué saliva y dejé el control sobre la mesa.

No era sorpresa, y, sin embargo, algo en esa escena me dejó una sensación incómoda en el pecho. No por él, sino por lo que vendría después.

Sabía cómo funcionaba ese circo mediático. Lo iban a devorar vivo. Y cuando terminaran con él, buscarían a los que alguna vez lo rodearon. A Amy, a Mía y eso me preocupaba. No quería que mi esposa y mi pequeña fueran blancos de esa estela de buitres que eran los r