Capítulo 10. Lo que queda en el silencio.
El teléfono pesaba como una roca en mi mano. Las palabras de Maximiliano resonaron en mis oídos como un disparo. "No puedo ir por ti".
Sentí un nudo seco en la garganta. Fue como si me hubieran abierto una puerta de esperanza solo para cerrarla en la cara.
—Entiendo —murmuré, apretando los dientes para que mi voz no se quebrara. No le di tiempo a decir nada más —. Discúlpame por molestarte.
Y corté. Sin pensarlo. Sin darle espacio a justificar nada. No podía escuchar otro rechazo más. No podía soportar que alguien más me dijera que no.
Me quedé un momento mirando el teléfono en mi mano, como si el aparato fuera culpable de todo. Luego lo dejé sobre la cama y me levanté. Tenía que actuar, no podía quedarme paralizada.
Mía había llegado a mi lado, tiró de mi blusa desde el suelo, sus ojos como dos lunas llenas de inquietud.
—Mami, ¿Qué pasa?
—Mi vida —respondí, limpiándome las mejillas con el dorso de la mano—. Pero primero necesito que seas mi ayudante especial. ¿Puedes empacar tus ju