Capítulo 8. El precio de la dignidad.
Amy Espinoza
La observé avanzar hacia el centro de la sala, su perfume caro desplazando el aire, y ese andar suyo, erguido y altivo, que siempre me hizo sentir que yo estaba en territorio ajeno aunque fuese mi casa.
Era una mujer de cincuenta años con el cabello perfectamente peinado, los labios rojos. Vestía como si fuera a una reunión importante: traje color crema impecable, collar de perlas, el cabello perfectamente recogido. El tipo de imagen que usa para recordarte que ella pertenece a un mundo donde las apariencias lo son todo. Todo en ella gritaba "estatus
Siempre me había visto con una mezcla de condescendencia y lástima, como si yo, con mi pasado de cantante, no fuera lo suficientemente buena para su hijo, un actor en ascenso.
El golpe en el hombro al entrar me hizo retroceder, como si yo fuera un simple obstáculo en su camino. Cerré la puerta detrás de ella. El silencio de la casa era pesado, casi irrespirable.
—Siéntate, Amy —dijo, señalando el sofá con un gesto autorita