El reloj de pared marcaba las diez y media de la noche cuando Ethan Voos empujó suavemente la puerta de la pequeña biblioteca. El lugar olía a polvo antiguo, cuero gastado y madera húmeda. Sobre la mesa central, iluminada apenas por una lámpara de escritorio, reposaban varias carpetas apiladas con el sello de la Fundación Halcón Gris.Lizzie Reynolds ya estaba allí, sentada con las manos cruzadas frente a los documentos, como si los custodiara. Se levantó apenas lo vio entrar y arqueó una ceja, sin pronunciar palabra. Ethan cerró la puerta tras de sí con un gesto lento y calculado, asegurándose de que nadie los hubiera seguido.—Creí que no vendrías —murmuró Lizzie, con un dejo de reproche en la voz.Ethan sonrió apenas, esa media sonrisa que nunca revelaba nada. Caminó hacia la mesa, se inclinó y abrió la primera carpeta. Había papeles de contabilidad, informes de donaciones y cartas formales de benefactores. Nada comprometedor a simple vista. Sin embargo, la atmósfera del cuarto se
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