178. La traición desnuda.
La puerta se cierra con un golpe seco que retumba como un trueno dentro de la cámara, y yo sé, incluso antes de verlo caminar hacia mí, que algo ha cambiado, que su silencio no es el mismo de otras noches cargadas de deseo o de furia, sino un silencio más espeso, más afilado, como si cada paso suyo fuera el preludio de un veredicto inapelable. Él avanza sin quitarme la mirada de encima, y en esa mirada oscura hay algo nuevo, un brillo frío que no es sólo celos, no es sólo hambre, es certeza, y esa certeza me recorre la piel como el filo de una daga que aún no toca, pero ya corta.—Me has mentido —su voz no tiembla, pero arde con una calma peligrosa, con esa fuerza contenida que sé que puede estallar en cualquier momento—. Creí que jugabas conmigo en el banquete, que tus provocaciones eran para hacerme arder, pero ahora sé que no es sólo un juego, Névara.Yo inclino la cabeza, ladeo los labios en una sonrisa suave, fingiendo inocencia, aunque mis dedos tiemblan apenas sobre la seda de
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