A Helena le dieron de alta al mediodía, y el trayecto hasta su hogar fue silencioso, casi solemne. Al cruzar la puerta, se detuvo un instante. El olor familiar, los muebles en su sitio, la luz entrando por la ventana como siempre… todo estaba igual, pero ella no.Se sintió nostálgica. El sofá la recibió como un viejo amigo, y al sentarse, cerró los ojos un momento. No era tristeza lo que sentía, sino una mezcla de gratitud y melancolía. Estaba de vuelta. Sarai no le soltaba la mano, incluso se sentó a su lado. —Mamá, ya puedo andar con tranquilidad. No me duele como al inicio —le avisó, con una risita—. Sé que te preocupas por mí, pero estoy bien.Nicolás dejó a un lado una maleta con las cosas que habían llevado al hospital. Estaba feliz porque Helena regresó. —Tu herida todavía no ha cicatrizado por completo a pesar de la crema que te echó el doctor —habló Sarai, frunciendo el ceño—. Así que no me digas que te suelte la mano. —Estamos sentadas, mamá —rodó los ojos—. Siento que
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