Días después, Helena se encontraba mucho mejor de salud y Sarai no la dejaba sola en el hospital. Incluso hizo una especie de cama cerca, con cojines y sábanas de su hogar.
Ese día le permitieron una visita grupal, y todos entraron a la habitación con flores y regalos para la paciente. Ella sonrió.
—Sorpresa —dijeron al unísono.
—Pero si no es mi cumpleaños —expresó la castaña, sentándose en la cama.
Karen fue la primera en darle un abrazo cuidadoso a su amiga, lleno de calidez. Le alegraba ver a Helena mucho mejor, porque la vez pasada la visitó y la palidez adornaba su piel.
—Lamento no haber venido todos los días, amiga. Tenía muchísimo trabajo que hacer —Arrugó la boca y le entregó unas medias de regalo—. Mira, son verdes. Combinan con el color de tus ojos.
Helena las agarró con delicadeza, como si fueran más que un simple regalo. Las medias verdes, suaves y de un tono vibrante, parecían brillar bajo la luz tenue de la habitación. Las observó con atención, recorriendo con lo