La noche se extendía como un manto de terciopelo negro sobre la mansión Draeven. Adriana observaba por la ventana, con la mirada perdida en la oscuridad. Su cuerpo aún recordaba la adrenalina del ataque, cada músculo tenso, cada sentido alerta. Pero había algo más, una corriente eléctrica que recorría su piel desde que Lucien la había protegido con su cuerpo, desde que sus miradas se habían encontrado en medio del caos.El silencio de la habitación parecía amplificar el sonido de sus propios latidos. Lucien entró sin llamar, como siempre. Su presencia llenó el espacio de inmediato, robándole el aire. Vestía una camisa negra con los primeros botones desabrochados, dejando entrever la piel pálida de su pecho. Adriana tragó saliva, intentando ignorar el calor que ascendía por su cuello.—Deberías estar descansando —dijo él, acercándose con pasos silenciosos.—No puedo dormir —respondió ella, girándose para enfrentarlo—. Cada vez que cierro los ojos, vuelvo a ver sus rostros, a sentir sus
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