Karoline tomó a su hija en brazos. La niña no se movía, no reaccionaba. El pánico la envolvió por completo. Buscó desesperadamente alguna señal de vida y sintió un pequeño, casi imperceptible, soplo de aire. Aún así, el miedo se apoderó de ella, con la horrible sospecha de que yo en venganza por lo que le había hecho a Tommy, podría haber acabado con la vida de su hija. En ese instante, escuchó el sonido de las sirenas. La ambulancia llegó rápidamente, y sin pensarlo, subió con Tiffany en brazos. El miedo la consumía, y solo podía gritar:—¡Sálvenla, por favor, sálvenla!En el camino hacia el hospital, Karoline llamó a Alan. Él contestó con fastidio, pero ella, gritando y con la voz entrecortada, le explicó la situación:—Vamos rumbo al hospital… alguien entró a mi casa y… ¡Tiffany!—No podía decirle lo que realmente había pasado, no podía confesar que tuvo que entregar las cenizas de Tommy. Eso significaría explicarle por qué las había robado en primer lugar. Desde el otro lado de la
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