ALESSANDROEl olor a pan recién amasado todavía me cubría las manos, pero lo que me hervía en la sangre no era la masa. Era esa imagen: Enzo acariciándole la cara a Dalia, abrazándola mientras ella lloraba.Tragué veneno en silencio. Si no fuera porque Adriano confía en él como en su propia sombra, ya le habría volado los dientes sin pensarlo dos veces. Nadie toca lo que pertenece a mi primo. Nadie toca lo que pertenece a mi familia.Pero entonces miré a Jacke, de pie a mi lado, con los brazos cruzados, defendiendo a ese perro como si fuera hermano. Y luego miré a Dalia, con los ojos rojos, la panza abultada que apenas se notaba y las manos temblando mientras acariciaba a los trillizos que todavía no nacen.La rabia me bajó un poco. No podía mentirme: si mi gatita ama a su prima como a una hermana, entonces Dalia también es mi carga. No se toca. No se cuestiona. Y si Adriano la dejó al cuidado de Enzo, tenia que aceptarlo aunque facilmente podría matarlo en un arranque de celos.Me pa
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