ADRIANO
El aeropuerto olía a queroseno y despedidas. No era la primera vez que dejaba atrás un campo de batalla, pero esta vez el aire tenía un sabor distinto: el de una victoria que sabía a justicia, y al mismo tiempo, el de la nostalgia de volver al único lugar donde mi corazón encontraba paz: los brazos de Dalia.
Gael caminaba a mi lado, con las manos en los bolsillos, ese aire de despreocupación que siempre escondía una mente calculadora. Sus ojos, sin embargo, delataban el mismo cansancio que sentía yo: noches sin dormir, sangre derramada, decisiones que pesaban más que el plomo.
Frente a nosotros, esperándonos junto a la sala de embarque, estaban Paolo, Damián y Noah. Los tres tan distintos y, sin embargo, tan sincronizados, como piezas de un mismo engranaje.
Paolo fue el primero en hablar, con esa sonrisa torcida que siempre parecía al borde de la burla.
—Bueno, primito, parece que sobreviviste. —Le dio un golpe amistoso a Gael en el hombro—. Ya sabes que si no fuera por mí, te