ANALENA
El agua caliente resbalaba por mi espalda, mezclándose con el sudor y el temblor que aún me recorría las piernas. Armando me tenía contra la pared de la ducha, una mano firme en mi cadera y la otra en mi nuca, mientras su boca reclamaba la mía una y otra vez.
Nunca me había sentido tan excitada. Yo, la indomable, la que jamás permitía que nadie me dijera qué hacer. Y, sin embargo, con él… mi cuerpo se rendía, mi voz suplicaba, mis uñas lo buscaban sin vergüenza.
—Mi hembra salvaje… —murmuró en mi oído mientras sus embestidas volvían a arrancarme gemidos—. Solo mía.
—Tuya… —jadeé, aferrándome a sus hombros como si me fuera la vida.
El agua caía en cascada sobre nosotros, y yo ya no sabía distinguir entre el calor del agua o el calor