La luz de la mañana se colaba por las ventanas del dormitorio, bañando la escena de una paz que sentía robada, frágil. Me desperté antes que Luca, aún envuelta en el fuerte abrazo que me había ceñido durante la noche. Su brazo, un peso familiar y reconfortante, seguía rodeándome. Permanecí quieta, saboreando el momento, escuchando el ritmo pausado de su respiración contra mi espalda. Era el primer amanecer tranquilo en lo que parecía una eternidad.Cuando por fin se movió, despertando con un suspiro profundo, me giré para mirarlo. Sus ojos, libres por una vez de la niebla inmediata del terror o la confusión, se posaron en mí con una claridad que me dio esperanza.—Buenos días —susurró, y su voz, ronca por el sueño, tenía un deje de la ternura que creía perdida.—Buenos días —respondí, sonriendo—. ¿Cómo dormiste?—Como un muerto —dijo, y luego corrigió con una leve sonrisa—. Pero creo que eso era lo que necesitaba, después de todo.Era el momento. Respiré hondo.—Luca, hay algo que deb
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