DANTEEl auto se llenaba de vapor, como si nuestras respiraciones fueran llamas atrapadas en esa caja de metal. La niebla en el vidrio distorsionaba las luces de la carretera y convertía el mundo fuera en manchas borrosas; dentro, sin embargo, todo estaba nítido y cruelmente real. La tenía debajo de mí, la camisa destrozada, la piel descubierta al frío de la noche, y por más que me repitiera que era una traidora, no podía dejar de quererla. Giulia me desarmaba como ningún otro veneno que hubiera probado; era el único que nunca conseguí abandonar.La besaba con furia, con rabia, con un hambre que no era solo físico: era necesidad de recuperar algo que me parecía robado por el destino, por los muertos, por las traiciones. Cada uno de sus movimientos, cada resistencia, solo alimentaba ese deseo. Sus uñas me trazaban mapas improvisados en la espalda, dejaban marcas que ardían y que me calmaban por un segundo. Su respiración entrecortada chocaba contra mi boca; sus gemidos, cuando por fin
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