El taller de moda de Valeria estaba iluminado por la luz artificial de los focos LED que colgaban del techo industrial. Eran las nueve de la noche y el espacio, normalmente lleno de vida y creatividad durante el día, yacía sumido en un silencio casi sepulcral. Retales de tela cubrían las mesas de trabajo, maniquíes a medio vestir proyectaban sombras alargadas contra las paredes de ladrillo expuesto, y el aroma a café frío impregnaba el ambiente.Valeria estaba inclinada sobre su mesa principal, con los ojos entrecerrados mientras revisaba por enésima vez los bocetos de la nueva colección. Tenía el cabello recogido en un moño desprolijo del que se escapaban mechones rebeldes, y llevaba puesta una camisa de trabajo manchada de tinta y tiza. Las ojeras bajo sus ojos delataban las noches sin sueño, las horas perdidas entre pensamientos que la atormentaban.El sonido de la puerta principal al abrirse la sobresaltó. Levantó la mirada bruscamente, con el corazón acelerado, y sus ojos se enco
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