El reloj descansaba sobre la mesa de la biblioteca como un artefacto maldito. La lámpara proyectaba un halo amarillento sobre el metal bruñido, y cada vez que Valentina parpadeaba, creía ver las espirales grabadas en la tapa retorcerse, como si fueran tentáculos de sombra que buscaban atraparla.No era un reloj común. Alexander lo había dejado sobre la madera, abierto, para que ambos vieran el corazón de aquella amenaza: un contador rojo, digital, que descendía segundo a segundo con la frialdad de un verdugo.23:59:59Un día. Exactamente un día. Ese era el plazo que Helix les había impuesto.Valentina lo observaba sin atreverse a pestañear. Cada vez que los números cambiaban, sentía que algo dentro de ella se encogía. Cada segundo perdido se convertía en una gota de veneno, un recordatorio de que su vida había dejado de pertenecerle.—Un día… —murmuró con la voz quebrada, apenas audible—. ¿Un día para qué?Alexander permanecía erguido, de brazos cruzados, sin apartar la mirada del con
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