La luz de la mañana se filtraba por las cortinas del hospital, suave y dorada. Isabelle abrió los ojos lentamente, aún con el cuerpo pesado por el descanso. Lo primero que vio fue a James, sentado en el sillón junto a la ventana, con un vaso de café en una mano y una tablet en la otra. —¿De dónde sacaste eso? —preguntó Isabelle, con voz ronca pero curiosa. James levantó la mirada, sonrió apenas. —Buenos días a ti también —dijo, dejando la tablet sobre el sofá—. Llamé a Damián. Le pedí que me trajera algunas cosas para trabajar… y algo de comida decente. Se acercó con una charola cubierta, la colocó con cuidado sobre la mesa junto a la cama y la destapó. —Pensé que te vendría bien algo fresco. Es una ensalada de espinaca baby, con aguacate, nuez caramelizada, queso de cabra y vinagreta de frutos rojos. Nada del menú hospitalario. Isabelle lo miró con una mezcla de ternura y sorpresa. —¿Desde cuándo sabes elegir ensaladas tan bien? James se encogió de hombros, divertido.
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