Los pasos de James eran firmes, pero cada uno pesaba más que el anterior. Había dejado atrás una pelea que no debía haber ocurrido en público, con su hermano, con ella delante… y aún con sangre en el rostro, lo que más dolía era no saber qué vendría después. Entonces la escuchó. —James... Se detuvo. La voz de Isabelle, temblorosa, lo alcanzó desde el vestíbulo, justo antes de llegar al umbral. Ella corría tras él, su vestido aún agitado por la intensidad del momento, los ojos húmedos sin caer en llanto. Le tomó del brazo con suavidad, deteniéndolo. Él se giró con cautela, como si verla pudiera quebrarlo más que los golpes. —Perdón —susurró ella—. Por todo. Por... no saber cómo detener esto antes de que estallara. James la miró a los ojos, y con una delicadeza casi inusual para un hombre que hacía unas horas dirigía una sala de juntas, alzó la mano y le sostuvo el rostro con las yemas de los dedos. —No intentes protegerme, Belly —dijo con voz baja, íntima—. Cuando enf
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