46Ahmose se levantó.—Yo iré al frente, con un grupo de diez hombres. Entraremos por la entrada principal. Nebu, tú irás con otros diez hombres y rodearás la cima del cañón. No te muevas, no hagas ruido. Esperarás a mi señal.—¿Y el resto? —preguntó un soldado.—El resto, con el soldado más joven del grupo, protegerá los caballos. Estarán listos para la retirada.—¿La retirada? ¿Cree que vamos a perder?—No. No vamos a perder. Pero nunca, bajo ninguna circunstancia, se deja a los caballos solos. Es la regla número uno del desierto. Sin caballos, no hay vuelta a casa. No hay informe, no hay noticias, no hay nada. Esos hombres se quedarán aquí, en esta roca, protegiendo a los caballos.Los hombres asintieron. Ahmose se volteó hacia Nebu.—Nebu, tu tarea es la más peligrosa. Los mercenarios tienen guardias en la cima de la duna, observando. Debes eliminarlos antes de que puedan dar la alarma. Con el sigilo de un fantasma.—Ya he hecho esto antes, sargento —dijo Nebu.Ahmose se volvió a
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