Capitulo 43

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Ahmose estaba de pie con los brazos cruzados observando a sus hombres. No eran muchos. Treinta guerreros curtidos, escogidos a mano. La élite. Estaban en silencio, terminando de atar sus monturas y ajustando las cinchas y revisando los últimos bultos. Los caballos nerviosos pataleaban la tierra con cascos impacientes.

Nebu se le acercó con su burda túnica de lino y la espada corta colgando de la cintura. —Están listos —dijo Nebu—. Y sedientos de sangre, si quieres mi opinión.

—La sed de sangre no gana batallas, Nebu. La disciplina, sí.

—Y la suerte. No te olvides de la suerte.

Ahmose sonrió. —La suerte es para los que no tienen un buen plan.

Ahmose se subió a su caballo. El animal relinchó y agitó la cabeza. El sargento, con movimientos rápidos y precisos tomó las riendas con firmeza. Dio un último vistazo a su alrededor. El campamento era ahora un conjunto de sombras. Las tiendas plegadas y las hogueras apagadas. Un desierto a punto de despertar.

—¡Escuchadme! —dijo Ahmose
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