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Nefertari se miró en el espejo de plata bruñida. Baketamon le ajustaba el collar de lapislázuli y oro pero Nefertari apenas lo sentía. Se había puesto su túnica más vibrante, una seda escarlata traída de Fenicia que resaltaba el color de sus ojos. Era una máscara. Una máscara de felicidad que se había puesto para enfrentar a su captor, el príncipe Menkat.
—Mi señora, se ve hermosa —murmuró Baketamon.
—Es un disfraz —dijo Nefertari. —Un disfraz que me he puesto para mi guerra personal.
—¿Está segura de esto? —preguntó la doncella—. Si él se entera…
—No se enterará —respondió Nefertari. Se dio la vuelta para mirar a Baketamon—. Tengo que hacerlo. Es la única manera. La única manera de ganar tiempo. La única manera de que él se confíe.
Salieron al jardín. La luz del sol alumbraba la hierba verde y el aroma de los jazmines era embriagador. Menkat la esperaba junto a la fuente. Vestido con una túnica de lino blanco y su rostro reflejaba una mezcla de arrogancia y resentimiento.
Cuando l