El amanecer sobre la pequeña localidad costera de Cape May traía una quietud engañosa. Pamela se había instalado en una casa de huéspedes antigua, a unos pasos del océano. Las ventanas blancas dejaban entrar la luz del sol, que rozaba las paredes empapeladas con motivos florales. Afuera, el crujido de la madera vieja se confundía con el canto de las gaviotas. Parecía un sitio detenido en el tiempo, alejado del bullicio de Nueva York, de los reflectores, los teatros... y del nombre de Cristhian Guon.Habían pasado solo tres días desde que escapó, pero cada hora se le antojaba una eternidad. Pamela ahora vivía bajo otro nombre, con un documento falso que Matías, con eficiencia calculada, le había conseguido antes de que ella decidiera alejarse de todo. Él le había prometido que esto la mantendría a salvo. Y aunque aún desconfiaba de sus intenciones, no podía negar que gracias a él, ahora respiraba con un poco más de libertad.Cada mañana caminaba por la playa, descalza, hundiendo los pi
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