Desde la inauguración de Étoile, Pamela había intentado mantener una rutina firme. Las clases comenzaron con gran aceptación; cada día, niñas de diferentes edades llegaban con sus mallas rosas y sueños aún sin forma. La música flotaba en el ambiente como un perfume invisible, y por momentos, Pamela lograba olvidarse de todo lo demás.Pero el mensaje de voz seguía ahí, guardado en su teléfono como una mancha que no podía borrar. Theresa insistía en que reforzara la seguridad del estudio, y lo hizo. Ahora había cámaras adicionales, cerraduras inteligentes y un protocolo estricto con los padres. Aun así, no podía deshacerse de esa sensación persistente de que algo se estaba gestando en las sombras.Matías, por su parte, se volvió más presente. La visitaba con frecuencia, casi a diario, bajo el pretexto de “revisar avances” en la investigación, pero Pamela sabía que su presencia escondía otras intenciones. Y aunque le agradecía su apoyo, a veces sentía que él empujaba una narrativa que aú
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