La fuerza que me habitaCuando abrí los ojos esa mañana, Gael ya tenía unas horas de haber comido. Dormía plácidamente a mi lado, con su manito diminuta aferrada a una esquina de mi blusa. No había sol en el cielo, solo una neblina leve que parecía acariciar las ventanas del pequeño departamento que ahora era nuestro hogar. Pero dentro de mí, había luz. La sentía latiendo en mi pecho, viva, constante, con el ritmo acompasado de su respiración.Ya no tenía miedo. Lo supe en ese instante. Tal vez no lo había notado antes, pero el miedo, ese que me paralizaba por las noches o me hacía dudar de cada paso que daba, se había ido. En su lugar, había una certeza. Mi hijo estaba aquí. Lo tenía en mis brazos, sano, mío, y eso me bastaba.Me levanté con cuidado, aún adolorida por el parto, y lo acomodé en su moisés. Mientras se removía un poco, lo cubrí con la mantita que le había tejido mi madre durante uno de los pocos momentos de paz que tuvimos juntas. Su cabello era tan oscuro como el de Et
Leer más