En la suite nupcial, el aire estaba cargado de una solemnidad tensa. Eric se examinaba por última vez en el espejo de cuerpo entero. Su reflejo era el de la perfección: cabello oscuro peinado con precisión, el traje gris de corte impecable que acentuaba su figura atlética, el arreglo floral en su solapa, la corbata de seda perfectamente anudada. Todo estaba en su lugar, pulcro, impoluto. Una sonrisa apenas perceptible, casi un tic, cruzó sus labios. Era la imagen de la soberbia, la confianza innata de quien sabe que es atractivo.Pero a pesar de esa perfección externa, una insatisfacción profunda burbujeaba en su interior. La boda que estaba a punto de celebrarse, la de Eric y Tatiana, era una farsa, un acuerdo forzado que le repugnaba en lo más hondo de su ser.—Esta no es mi boda —murmuró, su voz apenas audible. Era un matrimonio impuesto por sus padres, una ficha más en el juego implacable de los negocios y el linaje. Había aceptado, sí, para no poner en riesgo su puesto en la comp
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