Cuando Tatiana regresó a casa sentía la necesidad imperiosa de desahogarse.
—¡Madre, no puedo más con esto! —exclamó Tatiana, arrojando su bolso de diseñador sobre un sofá de terciopelo. La frustración y el hartazgo se notaban en cada sílaba—. Eric es un tipo tan… tan gélido. ¡No quiero este matrimonio!
Mariola levantó una ceja, la mirada severa de desaprobación posándose sobre su hija. Su voz, aunque suave, llevaba el peso de la autoridad.
—¿Que no quieres este matrimonio? —replicó, dejando la copa sobre una mesa auxiliar con un pequeño tintineo—. Tatiana, ¿qué estás diciendo? Ya hemos hablado de esto. Tienes que enamorarlo. No puedes rendirte tan fácilmente.
Tatiana resopló, cruzándose de brazos, la imagen de la indiferencia de Eric grabada a fuego en su mente.
—Pero, ¿cómo voy a enamorar a un hombre que me trata como si fuera un mueble? —protestó—. Es demasiado frío, madre. No me mira, no me sonríe, apenas me habla. Es como si estuviera hablando con una pared de mármol. ¡Es agotado