El asedio comenzó. Cada noche, el horizonte se iluminaba con un collar de fuego, las hogueras del campamento de los Koo Yasi rodeando la aldea de los Yuu Nahual en un abrazo mortal y silencioso. No había más ataques, no había gritos de guerra. Solo la espera. Una guerra de nervios que era, en muchos sentidos, más aterradora que la batalla abierta.La euforia de la victoria se había evaporado, reemplazada por una ansiedad corrosiva. Los centinelas en la muralla no solo vigilaban por guerreros, sino que observaban a sus enemigos vivir: los veían comer, entrenar, existir. Era una presión psicológica constante, un recordatorio de que su enemigo no era una bestia mítica, sino hombres pacientes y decididos.Nayra convocó al consejo. Esta vez, nadie la desafió. Cimatl ni siquiera asistió. La autoridad de Nayra era absoluta."Nos están cercando", dijo, su voz resonando en la abarrotada choza. "No van a atacar de nuevo la muralla. Han probado su fuerza. Ahora, esperan que nuestro valor se agot
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