CAPÍTULO 18 MONSERRATSabía que iniciar cualquier tipo de conversación con Julián esa noche era un error… pero fui tras él. Quería escucharlo, quería su versión. No me dijo nada y, al final, la noche terminó en desastre: sin coche, sin dinero, sin celular… sin nada.Caminamos casi veinticinco kilómetros para llegar a mi casa. Fue una eternidad. El silencio entre nosotros era tan pesado que parecía retumbar en mis oídos. Sentía cada paso como un castigo: el aire frío de la madrugada me cortaba la piel, las luces de las calles se apagaban una a una y el cielo empezaba a clarear, recordándome lo tarde —o temprano— que era.Mis pies ardían dentro de los tacones, cada adoquín y cada grieta en la acera se sentían como puñaladas en las plantas. Me dolía la espalda, las piernas y, sobre todo, el orgullo. No quise aceptar ni un solo gesto de ayuda de Julián: ni su chaqueta, ni su mano, ni mucho menos sus palabras. Caminé con la mirada fija al frente, como si ignorarlo pudiera borrar todo lo q
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