La luz del mediodía filtrada por las cortinas pesadas del Apex pintaba franjas doradas sobre la cama deshecha. Ivanka yacía boca arriba, los ojos azules fijos en el techo blanco, como si buscara respuestas en las imperfecciones del yeso. El desayuno y la pesada conversación habían dejado un silencio denso, pero no incómodo. Gabrielle estaba recostado de lado junto a ella, apoyado en un codo, la cabeza descansando en la mano. Su mirada gris, intensa y desprovista de la burla habitual, recorría el perfil de Ivanka: la línea de su mandíbula tensa, la curita en la frente, la sombra de las pestañas sobre sus mejillas pálidas.Con un gesto que fue casi instintivo, Gabrielle alargó la mano y apartó suavemente unos mechones de cabello oscuro que habían caído sobre su rostro. El contacto fue ligero, pero Ivanka no se inmutó; su foco seguía en el vacío sobre ellos.— ¿Quién eres realmente, Ivanka Volkova? — preguntó Gabrielle, su voz baja, rompiendo el silencio sin brusquedad.Ivanka no apartó
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