Cuando América salió del baño, se dio cuenta de que Nathan ya no estaba. El sentimiento de culpa le cayó encima con fuerza. Tal vez no debió hablarle de esa forma, pero tampoco le dejaba otra opción. Además, se sentía al límite: estresada, agotada emocionalmente, frustrada sexualmente. Si al menos él lograra provocarle la mitad de un orgasmo, quizá aún tendría ganas de intentarlo. A veces, el perdón valía la pena, pensó. Pero esa ilusión se le caía de las manos cada vez que su cuerpo la traicionaba con deseos insatisfechos. Sabía que, si las cosas seguían así, en algún momento desearía estar con alguien más. Y la idea de ser infiel no estaba en sus planes. Por eso, aunque doliera, la separación parecía lo mejor para ambos.La frustraba también su machismo. Nathan insistía, una y otra vez, que no lo era. Pero sí lo era, y mucho. Según él, un hombre podía salir, beber, regresar de madrugada tambaleándose, y todo estaba bien. Pero si ella salía… era un problema. Eso, pensaba América, era
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