La cabaña donde se refugiaron era de madera antigua, rodeada de lagos, árboles y viento. Aelin despertó entre sábanas de lino claro, con los rayos del sol acariciando su piel desnuda. Darian no estaba en la cama.Salió envuelta en una manta, descalza, y lo encontró junto al lago, preparando café.—¿Intentas seducirme desde la cocina? —murmuró ella, abrazándolo por detrás.—¿Y si te digo que sí?Ella rió contra su espalda.—Demasiado tarde. Ya soy tuya. Y tú mío.Pasaron los días en silencio. Cocinaron juntos. Bailaron sin música en el porche. Se bañaron en el lago bajo la lluvia. Por primera vez en sus vidas, no eran soldados, ni fugitivos, ni líderes. Solo eran ellos.Y cada vez que Aelin sonreía, Darian se decía que jamás permitiría que ese brillo se apagara de nuevo. ===/===Mientras tanto, en la ciudad… Leonard estaba al borde de la locura. —¡¿Dónde está?! —gritaba, estrellando su vaso contra el escritorio.—No sabemos, señor —dijo su secretario, temblando—. Las últimas cámaras
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