—Cállate, Addison. En realidad, ahora mismo estás demasiado delgada —me regaña. La verdad es que lo estoy.Le dejo que me ponga los pantalones cortos, la camiseta y las deportivas.—Es una tortura —refunfuño.—Ve a lavarte los dientes. —Me da una palmada en el trasero y voy al cuarto de baño, arrastrando los pies y echando la cabeza atrás para dejar bien claro que lo estoy haciendo de muy mala gana.Me cepillo los dientes, saco una goma del pelo del bolso y bajo la escalera. Está en la puerta, esperándome.—Soy un lastre —gimoteo mientras me hago una coleta. Él iría mucho más de prisa sin mí y yo podría dormir hora y media más—. Nunca conseguiré hacer veintidós kilómetros.Me toma de la mano, me saca del ático y me lleva al ascensor.—Para mí no eres un lastre. Me gusta tenerte a mi lado. —Introduce el código y descendemos al vestíbulo. A mí también me gusta estar con él, pero no a las cinco de la mañana y correteando por media ciudad.—Tienes que cambiar el c
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