El aire en la oficina de Erick Montenegro estaba cargado de un silencio abrumador, ese tipo de quietud que precede a la tormenta. La luz del atardecer se filtraba entre las persianas semi abiertas, dibujando líneas sobre los muebles, dando a todo un aire mucho más melancólico. Erick firmaba documentos con rigurosidad, la pluma de su pluma raspando el papel con cierta irritabilidad. Cada rúbrica era un recordatorio de su herencia: empresas, propiedades, responsabilidades que lo encadenaban a un apellido que alguna vez había llevado con tanto orgullo, pero que ahora le impedía ser del todo feliz.Alzó la vista hacia el retrato de su padre colgado en la pared—un hombre de mirada gélida—y apretó la mandíbula. "Nunca seré un monstruo como tú" "me casaré con quién amo, tendré hijos y los amaré como jamás lograste amarme, nunca los lastimaría como tú me lastimaste a mí", pensó, justo cuando la puerta se abrió sin previo aviso.Antonio se detuvo en el umbral, su figura imponente recortada co
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